DE MÉXICO PARA EL INFINITO Y MÁS ALLÁ

¡¡¡ HOLA MUNDO !!!

domingo, 5 de marzo de 2017

El día que se me paró...

Ayer se me paró tres veces y fue inevitable recordar a mi madre.

Toda mujer que se jacte de ser independiente debería pensarlo muy bien antes de decirlo, si en su haber mental no existe mínimamente el tomo uno de mecánica básica.

Así es grandiosas criaturas del planeta…. Ayer mi carrito se paró tres veces, se apagó, así a voluntad, como si no lo gobernara el pedal del acelerador y el freno; como si la que llevara el volante no fuera su ama y señora; como si la gasolina, el agua y el aceite no fueran suficientes para que se mantenga firme, alerta, dispuesto.

Jamás en mi vida, y créanme que jamás, me había sentido tan estúpidamente sola y desvalida como esa mañana del 5 de marzo a eso de las 10:40 de la mañana.

En ese preciso momento iba planeando el resto del día luego de que por ser sábado, la burocracia descansó y constaté que no era real que laboraban en fin de semana como se había dispuesto (será hasta el 17 de marzo, por lo menos así decía el papelito en Vialidad y Transportes).

También lamentaba que no solo la burocracia se tomó el asueto, también la aseguradora del carro su semana inglesa también aplicó y me quedé sin la posibilidad de ir a sellar un papel que necesito para otro trámite, que ahora y debido a las horas de oficina, deberé quizá esperar hasta el 17 para hacerlo.


Aun así el ánimo no decaída, por lo menos ahora sabía más de lo que sabía antes…
Y ahí iba, lista para primeramente ir por unos recipientes para un estudio médico (el de rutina, el anual), cuando justamente en el peor lugar para que un auto se apague, el mío se sublevó y se no dios más marcha cuando esperábamos a que el semáforo cambiara.

Más rápido que inmediatamente encendí las intermitentes, pero era imposible controlar aquel tráfico, no me veían los de más atrás y el tan temeroso pitido de las decenas de claxons traseros se hicieron presentes.

Ahí me vi de pronto sudando, desesperadamente bajando y subiendo el pedal del acelerador mientras la marcha se quedaba en ese chuchuchuchucu que no terminaba.
Sola, sola, como para morirse como hormiga aplastada por muchos, atendida por nadie, apenas vista (bueno esto no tanto ya que los carros pasaban).

Mi mano comenzó entones a revolotear por arriba del techo del carro, ¡pase pase pase! les decía a los desesperados automovilistas que estaban detrás de mí; a Dios gracias ninguno vociferó o me recordó a mi santa madre, quien hasta en ese momento no se me despegaba de la cabeza… santa madre, ahora entiendo aquella cara de angustia cuando se te apagaba el carrito verde; como nunca entendí tu desespero, tu soledad en medio de tanta gente que no hacía nada por ayudarte.

Y ahí estuve poco más de 8 minutos “eternos” con una mano moviendo la llave, el cambio, el volante y con la izquierda, pidiendo a los automovilistas que pasaran.
Cuando vi esa parte crítica, no pude hacer más que bajar, comenzar a mover el tráfico y levantar el cofre, cuando en eso, cobijados por un halo de luz brillante, un bondadoso señor y quien parecía su hijo, se acercaron…

“Entre le ayudaremos a moverlo”…

Sin duda entré agradeciendo una y mil veces su intención.

“Dios existe, me los ha enviado”, y créanme que él sabe cuántas veces voltee tratando de que alguien viera mi cara y se acomidiera, pero ellos llegaron y me salvarían.

Cuando el honorable y amable señor, mi salvador, en ese momento me pidió que pusiera el carro en neutral, los cambios no daban, debía poner el switch, moví la palanca, y el carro como en un reto diciendo “a mi nadie me mueve, yo me muevo solito”, ¡¡¡encendió!!!, se paree tanto a mí.

“Señor es usted mágico”, le dije sin reparar que quizá pensó que yo era una tonta que no sabía de carros, pero créanme, todo fue mágico.

El amable y bondadoso hombre sonrió, le agradecí y me dijo “vaya y que se lo chequen, aproveche”, luego de ello enfiló el pasó y yo aceleré…

Por momentos perdí el rumbo, solo pensaba “en dónde hay un bendito mecánico aquí”, ya luego en una llamada me indicaron que más tarde irían a checarlo, que no me desesperara, y bueno, me pregunté en ese momento, “¿Almita, porqué no llegas de una vez por lo que ocupas para los análisis y así vas checando como sigue el carrito?”, y lo hice.

El carro anduvo como seda, fui hice lo que tenía que hacer, y me enfilé a mi casa… pero oh, 5 minutos después el carro de nuevo se apagó y en esta ocasión andando….
“Dios mío, de qué me estás salvando”, dije, y es que uno nunca sabe, quizá me estaba previniendo a través de mi carrito de un accidente más adelante, qué sé yo, pero preferí pensar así a considerarlo una prueba de esas desgarradoras que nos dejan a medio vivir, con la cartera vacía y un ¿porqué? posterior.

Ya en esta ocasión con más experiencia en el trauma y con una calle menos congestionada, repetí las operaciones anteriores, metí y saqué el acelerador, conservé la calma insistí y en dos minutos el carro de nuevo anduvo.

Me sostuve en la idea que debía llegar a casa, conservé el ánimo, la fe, y seguí… 5 minutos después de nuevo se pagó, andando sí, y dije “Almita, de algo te estás salvando” (obviamente menos del gasto que esto representará) pero de algo me salvaba.

Pude estacionarme con el último soplo de energía de mi carrito que a fuerza del tiempo, la edad, como a mí, ya comienza a cobrarle facturas.

Repetí las operaciones anteriores, respiré profundo y ¡zas! anduvo..

Como un herido de guerra que llega a su pueblo tras la bestial batalla, mi carrito y yo llegamos sanos, salvos, pero maltrechos a casa…. La meta se logró.

Vinieron, lo checaron, quizá fue la humedad, quizá algún cable, el carro fue probado y anduvo con suma normalidad, sin embargo mi confianza no, así que me enclaustre en casa sin ánimo de salir, hasta esta mañana que debí llevar las muestras al laboratorio y para lo cual, antes de salir me persigné en varias ocasiones, rogando al universo y a Dios, que el fallo no se presentara de nuevo.

6:30 de la mañana y ahí vamos, y ahí fuimos, y ahí regresamos sin fallas, sin colapsos; desafiando 6 semáforos, 16 altos, y a mi ritmo cardiaco que a más de cien pulsaciones por segundo me repetía “Alma, tu puedes, tu llegarás, tu llegaste”, tu en este momento escribes, tú mañana llevarás el carro a escaneo, porque vivir con la zozobra de que algo pasará no se concibe sin saber por lo menos a que te enfrentas.

Más tarde habrá otra prueba…. Y definitivamente pensaré que si algo sucede, de algo me estoy salvando, no solo en el carro, también en la vida.